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miércoles, 17 de octubre de 2012

El Legismo 法家




Aunque el Confucianismo y el Taoísmo son las escuelas de pensamiento que más han influenciado China y que más que se han exportado al exterior, tampoco podemos obviar la importancia de una tercera escuela de pensamiento que se desarrolló en China en el mismo periodo histórico que el Confucianismo y el Taoísmo: el Legismo, que en chino se denomina fajia 法家.
Entre los primeros pioneros de la escuela legista, Shang Yang 商鞅 (390-338 a.C), Shen Buhai 申不害 (-- 337 a.C) y Shen Dao 慎到 (395-315 a.C), Shang Yang fue uno de los más importantes porque fue el primero en introducir en el estado de Qin reformas basadas en  las doctrinas legistas. Gracias a estas reformas, el estado Qin consiguió derrotar a los demás estados y, su rey, Qin Shi Huang, pudo proclamarse primer emperador de la China unificada en el año 221 a.C.

Han Fei Zi 韩非子

Sin embargo, el legista más conocido es sin duda Han Fei Zi 韩非子 (280-234 a.C). Han Fei Zi y Li Si 李斯 (280-208 a.C), que fue primer ministro del primer emperador Qin Shi Huangdi, fueron ambos discípulos del confuciano Xun Zi, del que aprendieron que la naturaleza del hombre es mala de forma innata. Esta tesis influiría enormemente su forma de percibir a los seres humanos y su relación con el Estado y sus leyes.
Han Fei Zi escribió un libro llamado “El arte de la política (los hombres y la ley)” en el que expone sus ideas legistas. En uno de los capítulos de su libro, Han Fei Zi hace una interpretación de la obra de Lao Zi que es especialmente interesante para comprender mejor el pensamiento taoísta de Lao Zi y las influencias que éste tuvo para los legistas, y muy especialmente para Han Fei Zi.
El carácter fa con el que se denomina la escuela legista, significa “ley”, palabra que describe a la perfección la esencia de esta escuela de pensamiento. Para los legistas, lo más importante era la ley a la que todos los ciudadanos del reino debían estar sujetos excepto el monarca. Aunque en China ya existían los códigos legales desde hacía muchos siglos, antaño, en la remota antigüedad, los sabios reyes habían gobernado más por el poder de los ritos que era el modelo de gobierno defendido por Confucio. Gobernar por el poder de los ritos significa que había unos códigos de conducta preestablecidos que tenían su origen en la remota y más antigua tradición china. Dichos códigos de conducta eran como un pacto tácito entre el monarca y sus súbditos, cada individuo tenía un rol dentro de la sociedad y unas obligaciones morales que debía cumplir para con los demás, entre las cuales cabe destacar las siguientes:
1.       El culto a los ancestros. Esta es la piedra angular de toda la tradición china sobre la cual se sustentaba todo. Todos los varones tenía la obligación moral de rendir culto  sus antepasados y hacerles ofrendas para que los espíritus de éstos estuvieran apaciguados y los vivos pudieran recibir el favor de sus ancestros muertos.
2.       Practicar la piedad filial. Todo hijo debía obedecer, respetar y venerar a sus padres, y jamás contradecirles aunque éstos estuvieran errando.
3.       Profesar la benevolencia hacia las demás personas.
4.       Deber moral de respetar los ritos ancestrales que regían las relaciones entre los distintos estratos de la sociedad.
En este tipo de gobierno, la familia y el Estado eran una misma cosa, y de la misma manera que los hijos obedecían y veneraban a sus padres (piedad filial), los súbditos aceptaban al monarca como cabeza de estado, le obedecían, le respetaban y le amaban como a un padre. El monarca, por su parte, tenía la obligación moral de profesar la benevolencia hacia sus súbditos que le guardaban lealtad, hacer ofrendas y rendir culto a sus ancestros reales para los espíritus de éstos trajeran buena fortuna al reino (que los campos proporcionaran buenas cosechas, evitar catástrofes naturales y rebeliones que pudieran hacer perder al rey el Mandato del Cielo).
En este tipo de gobierno, los códigos legales tenían una importancia secundaria, ya que lo más importante eran las relaciones entre los distintos estratos sociales y la obligación moral de respetar las relaciones protocolarias y de etiqueta que se teñían de un fuerte matiz religioso o sagrado. Aunque en China existían los castigos xing  por malas conductas, en este tipo de gobierno por los ritos se trataba de evitar el castigo severo para intentar adoctrinar al ignorante o infractor y llevarlo por el buen camino. Según Confucio, cuando no había más remedio que aplicar el castigo severo (pena de muerte, torturas, etc.) es que algo fallaba e  indicaba que las cosas no se estaban haciendo bien en el seno de la sociedad y el gobierno, por lo que la gente no sabía a lo que atenerse y perdían el camino de la rectitud, de lo que era correcto.
Sin embargo, los legistas apostaban por un gobierno que se rigiese únicamente por un código legal que todo el mundo debía conocer. Para conseguir este objetivo, el código legal debía publicarse en todas la ciudades, pueblos y aldeas rurales, y, además, debía ser leído en público por oficiales gubernamentales para todas las personas que no tenían acceso a la escritura pudieran saber a lo que atenerse. Dicho código legal tenía que ser explícito y respetarse al pie de la letra, de lo contrario, los castigos serían ineludibles, extremadamente severos y crueles.
Cuando las reformas legistas se introdujeron en el estado de Qin y posteriormente en todo el territorio chino de la dinastía Qin, la sociedad y el gobierno se organizaron de tal manera que se asegurara el cumplimiento estricto de la ley y se evitara la formación de camarillas que pudieran confabular y conspirar contra el emperador. Entre las reformas que se llevaron a cabo cabe destacar la reorganización familiar y la supresión de los derechos y privilegios de la aristocracia que pasaba a estar sujeta a la ley igual que el resto de súbditos del imperio. El emperador quedaba como único miembro de la nobleza, rompiendo así la tradición confuciana de respetar los antiguos linajes nobiliarios.
En cuanto a las familias, éstas también fueron reducidas en número de miembros bajo una misma casa, poniendo fin así a la tradicional familia numerosa que defendían los confucianos. Las familias y toda la sociedad estaban organizadas en grupos de responsabilidad mutua, por lo que si alguien sabía que otra persona había infringido la ley, ésta tenía la obligación de denunciar a la persona infractora, de lo contrario, recibiría el mismo castigo que el infractor y que también se haría extensible a los demás miembros de su grupo.

[…] Para que una nación sea fuerte e invencible, pues, cuatro cosas son necesarias: que el pueblo observe la ley y apoye al ejército con unanimidad total; que el pueblo aprecie lo que es bueno para la nación entera y desprecie lo que sea bueno sólo para algunos; que todo el pueblo sea delator, con lo que nadie osaría violar la ley, y que la ley sea clara e impida todo desorden social. Sólo cuando una nación haya logrado estas cuatro cosas será fuerte, y decaerá si no las logra […].

(Han Fei Zi. El arte de la política. Capítulo 54: los hombres y la ley)


Con un sistema como éste, que en la sociedad actual tildaríamos de despótico y dictatorial, las personas vivían en un estado de alerta permanente, temerosas de la ley, y no se atrevían a formar alianzas para conspirar por miedo a ser denunciados por sus personas más allegadas.
La esencia del legismo se puede definir en tres palabras clave:

La primera de estas palabras clave es fa , es decir, la ley. El reino tiene que disponer de un código legal en el que se hagan explícitos los delitos y los castigos correspondientes por infringir la ley.

Ningún gran hombre fundaría su gobierno en el principio de satisfacer los deseos de los hombres, pues los hombres sólo buscan su provecho material, sino en la ley, con sus premios y sus castigos. Y gobernaría aplicándoles castigos extremadamente rigurosos, mas no por odio sino por amor, porque es gracias al rigor de los castigos que nadie osaría violar la ley y las naciones y los pueblos vivirían, así en paz.

(Han Fei Zi. El arte de la política. Capítulo 54: los hombres y la ley)

Los legistas ven la ley no como algo estático e inmodificable los confucianos veía los ritos, sino como algo dinámico y sujeto a cambios según las circunstancia del momento. En este punto se puede apreciar la influencia taoísta de que todo está mutando de forma permanente y que, por lo tanto, el hombre tiene que adaptarse a ese equilibrio natural y obrar según las circunstancias del momento.

[…] Para llegar a bien gobernar, pues, no hay más que un camino: el de abandonar la aplicación de las normas inmutables y seguir una ley que dé estabilidad a la nación, siendo una ley que da estabilidad aquella que cambia con los tiempos. De esta suerte, para que el gobierno dé buenos resultados ha de emplear medias amoldadas a cada situación social concreta: mientras que para dominar a un pueblo corriente, por ejemplo, bastaría con deshonrar u honrar verbalmente a sus hombres sin ser necesaria la ley, para dominar un pueblo astuto convendría otorgarle premios e infligirle castigos.
Actualmente, dado que todo ha cambiado, se han de adaptar los métodos de gobierno a los tiempos, o los desórdenes sociales serán inevitables, y se han de reemplazar las antiguas amenazas verbales por leyes que sometan a los hombres astutos actuales, como los confucianos, o la decadencia de las naciones será inevitable. De ahí que los grandes hombres gobernarían aplicando una ley conforme a los tiempos y modificando la ley según los pueblos fuesen astutos o no.

(Han Fei Zi. El arte de la política. Capítulo 54: los hombres y la ley)


La segunda palabra clave es shu que literalmente significa “técnica” o “arte” hace referencia a la habilidad del monarca de manipular a sus ministros y consejeros. El monarca nunca debía mostrar sus sentimientos o preferencias, ya que de esta manera sus ministros podrían tratar de complacerle y después conspirar a sus espaldas.

Lo que más estimarían los monarcas, si fueran inteligentes, sería el conducirse en todo con extrema cautela. Se cuidarían mucho de ser reservados con sus sentimientos de predilección y aborrecimiento hacia otros, porque si sus ministros notasen por quién sienten predilección o aborrecimiento, serían ellos quienes dispensarían favores al predilecto o impondrían castigos al aborrecido, arrogándose, en cualquier caso, bien la magnanimidad bien la autoridad que no les corresponde. De ahí que los monarcas, si fueran inteligentes, se expresarían con una cautela tan extremada que nada desvelarían ni mostrarían acerca de sí […].

 […]He aquí cómo proceden los monarcas que saben gobernar: primero, escuchan las propuestas de sus ministros; segundo, analizan su utilidad; tercero, comprueban que resultados han dado y, cuarto, conceden premios a los ministros cuyas propuestas los hubieran dado buenos e impondrían castigos a aquellos cuyas propuestas no; y así, siguiendo este método, no quedaría en sus cortes un solo elocuente inútil […].

(Han Fei Zi. El arte de la política. Capítulo 48: los ocho principios)


 El monarca debía dejar que sus ministros tomaran las decisiones de tal manera que éstos, al no conocer las verdaderas motivaciones del monarca, no supieran a lo que atenerse. De esta manera, el monarca podría aplicar premios o castigos según si las acciones de sus ministros fueran buenas o perjudiciales para el mismo monarca y el Estado.


   […] Embaír a los monarcas consiste en trazar estratagemas, y trazar estratagemas no es sino cambiar. Pero tanto las estratagemas como los cambios de los malos ministros son evitables: si los ministros ven que los monarcas premian a quienes sirven bien a la nación y castigan a quienes delinquen, no osarán delinquir, y si ven que los monarcas nunca desvelan sus juicios sobre lo que les gusta y disgusta y siempre callan para sí lo que cada ministro les transmite, no se atreverán a cambiar de opinión sólo para que coincidan con las que, ya desveladas, sabrían que satisfarían a los monarcas, sino que dirían las que dirían las que en verdad favorecieran a éstos […].

Así se ha de investigar a los ministros: cogiendo información de todo tipo acerca de ellos, o nunca llegarán a saber cómo son y qué hacen en verdad, y ponderando cada hecho turbio, o nunca descubrirán qué ministro es responsable de qué infracción. Es decir, que los monarcas deberían diseccionar todo lo que hacen y dicen sus ministros y reprender rigurosamente a los hallados culpables de infracciones. ¿Qué les podría ocurrir de no seguir este método? Por un lado, el ver sus obras y palabras libres de disección llevaría a los malos ministros a perderles al punto todo respeto; por otro, el ver sus faltas libres de represión y castigo les movería a maquinar en su contra sin temor. Siguiendo este sistema de disección meticulosa de lo que dicen y hacen sus ministros, sin embargo, los monarcas obtendrían pruebas manifiestas de si cumplen, y cómo de bien, su deber de servir a la nación. Y en cuanto a la reprensión de los culpables, conviene anotar que los monarcas que tengan intención de llevarla a cabo deberían mantenerla secreta hasta el momento mismo de ejecutarla.
De ahí se deduce que si, al observar lo que hacen y escuchar lo que dicen y proponen, descubriesen los monarcas indicios de que sus ministros andan en maquinaciones, correspondería que premiasen a los que no hayan tomado parte en las maquinaciones y castigasen con igual rigor tanto a los malos maquinadores como al resto de los ministros que, conociéndola, no la hubiesen delatado […].
(Han Fei Zi. El arte de la política. Capítulo 48: los ocho principios)

Esta forma de actuar del monarca está claramente inspirada en la máxima taoísta de la “no acción” wuwei 无为.

[…] Los monarcas han de estimar la quietud y la reserva como al jade. De ahí que no deban hacer las cosas por sí mismos sino sólo saber si sus ministros son torpes o diestros al hacerlas; de ahí que no deban hacer planes ellos mismos sino sólo saber si los que hacen sus ministros serían provechosos o perjudiciales para la nación. Que no pregunten, pues sin preguntar, obtendrán buenas respuestas, y que no obren, pues sin obrar obtendrán buenos resultados. Así deben hacer: escuchadas las propuestas de los ministros, las tomarán como si fueran la mitad de un anillo; vistos los resultados, los tomarán como si fueran la otra mitad, y comprobarán si ambas mitades encajan, y en esto se basarán para otorgar los premios e imponer los castigos de la ley […].

(Han Fei Zi. El arte de la política. Capítulo 5: así deben hacer los monarcas)

Finalmente, la palabra  shi , que significa “poder”, hace referencia a la autodad del monarca. Si quiere mantener el poder, el monarca no debería,  bajo ninguna circunstancia, delegar poder de decisión a sus ministros, el monarca es quien ha de tener el control absoluto del poder del Estado y, el poder de decidir cuándo hay que conceder premios y cuándo hay que aplicar severos castigos. De no ser así, sus súbditos le perderían todo el respeto y acabaría perdiendo el control del poder.

Para que los mandatos de los monarcas sean cumplidos y acatadas sus prohibiciones, han de tener poder y autoridad: poder absoluto para emitir y no emitir penas de muerte y autoridad para someter al pueblo. ¿Y qué han de hacer para no desacreditar tal poder y para no perder tal autoridad? Primero: nunca han de instaurar ni abolir leyes, según las que se decida si premiar o castigar, arbitrariamente, sino que han de seguir un solo criterio fijo y claro; segundo: nunca han de permitir que sus ministros castiguen ni premien a nadie, o su autoridad quedaría dispersada.

(Han Fei Zi. El arte de la política. Capítulo 48: los ocho principios)


Clase magistral sobre Legismo (inglés)